Casandra by Christa Wolf

Casandra by Christa Wolf

autor:Christa Wolf
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2017-03-13T16:00:00+00:00


Por lo demás hablamos con los ojos. Que nos queríamos. Que teníamos que despedirnos. Nunca más, Héctor querido, he querido ser hombre. A menudo he agradecido a los poderes que son responsables del sexo de los seres humanos el ser mujer. Que el día en que tú cayeras, como sabíamos los dos que caerías, no tuviera que estar presente, y pudiera evitar el campo de batalla en que Aquiles dio nuevamente rienda suelta a su naturaleza, después de haber matado los nuestros a Patroclo, su amigo del alma. ¡Noticia ambivalente! ¿Estaría Políxena salvada ahora? La esclava de Aquiles vino a ver a Anquises con el rostro desencajado: Briseida, nuestra Briseida, para aplacar a su terco señor, le había sido devuelta por el propio Agamenón. ¡Y en qué estado! La muchacha lloraba. No, ahora ya no volvería. Que hiciéramos con ella lo que quisiéramos. Arisbe hizo un gesto a la encantadora Enone. Con ella, aquella joven esclava que quería que la escondieran comenzó una vida sin trabas en las cuevas. Al verano siguiente la volví a ver, era una persona distinta. Y yo también estaba dispuesta a ser la otra persona que, bajo la desesperación, el dolor y el duelo, se agitaba en mí hacía tiempo. La primera emoción que me permití fue la punzada de envidia que sentí cuando la esclava de Aquiles, estrechamente abrazada a Enone, se fue, sin que yo supiera adonde. ¿Y yo? ¡Salvadme también! hubiera gritado casi, pero todavía no había vivido lo que me estaba reservado vivir. Aquel día en mi lecho de mimbres, bañada en sudor frío, cuando Héctor, como yo sabía, fue al campo de batalla y, como yo sabía, cayó.

No sé cómo ocurrió; nunca dejé que nadie me hablara de ello, tampoco Eneas, que estaba presente, pero que no me preocupaba. En mi profundidad más profunda; en mi interioridad más interior, allí donde cuerpo y alma no están separados y adonde no llega ninguna palabra, ni tampoco ningún pensamiento, lo supe todo sobre el combate de Héctor, su herida, su resistencia tenaz y su muerte. Yo era Héctor, y no es decir mucho, porque: estaba unida a él sería decir demasiado poco. Aquiles la bestia lo acuchilló a él, me acuchilló a mí, nos mutiló, nos arrastró por el ceñidor de Ayax varias veces alrededor del castillo. Fui, viva, lo que fue el muerto Héctor: un montón de carne cruda. Insensible. Los gritos de mi madre, los llantos de mi padre: lejanos. Que si debía suplicar a Aquiles que le entregara el cadáver. Por qué no. Los paseos nocturnos de mi padre, si hubiera sido todavía yo, me hubieran podido conmover infinitamente. Me conmovió un poco que él no pudiera acometer a Aquiles, a quien encontró durmiendo. Allí estaba yo, impasible, otra vez en la muralla, en el bien conocido lugar junto a la Puerta Escea. Debajo, la balanza. En un platillo, una masa de carne cruda, que en otro tiempo había sido Héctor, nuestro hermano, y en el otro todo nuestro oro para el asesino de Héctor.



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